sábado, 16 de julio de 2011

Bajé a la orilla del rio.....


Desde siempre, contemplaba su cauce asomada al puente de madera y me quedaba ensimismada escuchando el canturrear de sus aguas entre las piedras, camino del mar.

En aquel entonces, acercaba siempre alguna piedra grande, lo suficientemente grande como para llegar bien hasta la barandilla del puente y así, apoyados mis brazos en ella, dejar que el rumor del agua me llevara, como en un sueño, a otro parajes desconocidos por mí.

A veces, tiraba alguna piedra para que hiciera compañía a las que se veían en el fondo. El agua era transparente y cristalina y con los rayos del sol, brillaba tanto, que yo imaginaba que esas piedras del fondo eran piedras preciosas al cuidado del vigilante río.

No era fácil bajar hasta la orilla. El terreno tenía dificil acceso y la pendiente era muy pronunciada.
Pasé muchas tardes allí, a solas, y algunas veces con mi mejor amiga que me acompañaba, aunque tenía que suplicarle para que lo hiciera ya que ella no encontraba razón ni le divertía nada pasarse horas mirando correr el agua del río.

Tal vez, era que mi amiga no tenía necesidad de buscar otros horizontes ni sentía deseos de navegar....o de volar. Pero yo, miraba con envidia las hojas que caían de los árboles y eran transportadas hasta quién sabe dónde. Seguía su curso hasta que las perdía de vista y deseaba que algún hada apareciese de pronto y quisiera convertirme en hoja para viajar lejos. ¡Habría sido tan feliz!

Las libélulas parecían adivinar mi deseo y revoloteaban cerca del agua, entre los juncos o posándose en la hoja de alguna planta cercana....como invitándome a bajar hasta la orilla y particitar en su fiesta.

Hoy...vuelvo a contemplar el río. El puente ya no es el mismo...el río, tampoco. Sigue teniendo el mismo nombre, eso sí, y posiblemente, las piedras del fondo también sigan siendo las mismas. (Al final, sólo son piedras y nadie se las habrá llevado pensando que son "preciosas").

El agua tampoco es la misma. Nunca lo es. Apenas atraviesa tu mirada ya es otra agua la que ves. Jamás permanece para esperarte, para saludarte cuando vuelves; para recordar contigo aquellas tardes en las que deseaste ser hoja a su merced.
Y ya...tampoco es transparente ni cristalina. Ni el sol la hace brillar. Ni siquiera apetece echar alguna piedra en esas aguas de extraño color.

Pero ahora....ahora ya se puede bajar sin peligro hasta la orilla. Me pregunto ¿para qué?
En aquel tiempo hasta se podía beber ese agua, pero ahora...nadie se atrevería a hacerlo. Da pena ver esas aguas convertidas en un líquido de color indefinido, turbio, sucio...

Me alegro de que mis recuerdos se fueran navegando en compañía de aquellas hojas por aquellas limpias aguas. No queda nada de su rastro de entonces, ni siquiera libélulas.

Aún así, me animo a bajar hasta la orilla. Beso las yemas de mis dedos y los sumerjo un instante en ese agua de color indefinido.
Tal vez el río me reconozca. Tal vez, ese beso, consiga llegar vivo hasta el mar...

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