jueves, 11 de agosto de 2011

Manos...



Las contemplaba fijamente, como hipnotizada, desde que se sentó en esa terracita silenciosa y tranquila del paseo marítimo.
Había caminado largo rato por la orilla del mar, hundiendo sus pies en la arena, cálida aún, a pesar de que el sol ya había desaparecido, ocultado por esa montaña cercana cubierta de pinos que dejaba la playa desierta y preparada para un tranquilo y relajante paseo.
Ahora, descansaba, contemplando el ir y venir de la gente, de parejas sobre todo cogidas de la mano.

De la mano...¡ah, las manos! Eso era lo que había llamado tanto su atención y que la mantenía atrapada contemplándolas casi con arrobo.
Era una de las cosas que más le atraía de algunos hombres, y éste las tenía bonitas, cuidadas, con largos y finos dedos.
Y, recordó aquellas manos tan amadas. Grandes... suaves... hechas para acariciar, entre las que le gustaba perder las suyas...pequeñitas.
Se reían comparándolas; juntaban sus palmas y él, tan tierno y poético, dijo aquello que tanto le gustó y que tanto le dolía hoy recordar:

-Mira...la tuya tan blanca y pequeña, parece una perla dentro de una ostra.-
Y aprisionaba sus manos entre las suyas tan morenas.
Pero, jamás tendrían la rugosidad de una ostra, porque sus manos eran suaves como la brisa...como esta brisa que se siente junto al mar.

-Cuando pasees junto al mar -le decía- y sientas que el aire acaricia tu cara, que despeina tus cabellos...cierra los ojos porque soy yo quien lo hace. Siempre...siempre, me sentirás a tu lado cuando estés cerca del mar.
Mientras existan el aire y el mar...jamás, jamás, te sentirás sola.
Y así es. Hace mucho tiempo que él dijo esas palabras...que las escribió...
Ahora, tal vez estas manos que ella contempla y que le han traído estos recuerdos, estén diciendo algo parecido mientras escribe, pensativo y algo triste, sin imaginar siquiera todo el revuelo de sentimientos y recuerdos que ha ocasionado en ese corazón que, a unos metros, late aún lleno de amor.

Él, de pronto, deja de escribir y levanta la vista del papel, como si algo llamara su atención. Se vuelve instintivamente y se quedan durante unos
segundos mirándose , con los ojos fijos.
¿Adivinando? ¿Compartiendo?
Ella se levanta, sonríe; él contesta a su sonrisa. No es que se conozcan, es...un saludo, quizás de
complicidad. Ella levanta la mano y hace un gesto amigable de despedida. Él también.

Y así se quedan las manos, durante un instante. Como palomas intentando volar o como gaviotas que, a esta hora de la tarde, inician con sus vuelos, el ritual diario de amarse junto al mar.


Adel

4 comentarios:

  1. Es uno de los textos más hermosos que he leído en mi vida,y conste que leer es mi pasión, Adel. Yo también me he fijado siempre mucho en las manos,me parecen más sinceras que los ojos, dicen mucho sin saberlo y evocan mucho en mi mente.
    Escribes maravillosamente, te admiro muchísimo.
    Besitos.

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  2. Ananda... a veces las palabras son así...ellas son las que hacen magia. Ellas...

    Besos

    Adel

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  3. Jana...no siempre las manos son sinceras...hay manos crueles. Bueno, en ese caso su sinceridad es quien las delata...

    Gracias bonita.

    Besos mil+1

    Adel

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