miércoles, 13 de julio de 2011

La quinta farola



El empedrado de la calle brillaba como el acero a causa de la lluvia y resultaba tan resbaladizo que le obligaba a caminar con excesiva cautela. Tan sólo un par de farolas conservaban su luz y la noche era tan silenciosa y lúgubre que ni siquiera se oía el consabido maullar de la gata que frecuentaba el callejón pidiendo algo de comer a la mujer que, cada noche, acudía a dejar junto a la quinta farola las sobras de la cena y algún que otro añadido extra de propina para el postre.

Esa noche ni un solo ruido turbaba el espeso silencio. Nadie se asomaba al escuchar sus pasos que retumbaban como truenos de la ya extinguida tormenta.

Al pasar junto a la quinta farola descubrió su cuerpo. Tendida en el suelo, el cabello mojado cubriendo su hermoso rostro y la ropa en completo desorden. Una herida en el pecho que podía haber sido causada por un disparo o tal vez por un arma blanca. Eso ya no importaba.

Un riachuelo formado por el agua de lluvia bajaba teñido de rojo a perderse en el sumidero de la alcantarilla cercana. Esa noche ni la quinta farola hubiese querido conservar su luz.

Se alejó despacio, silenciosamente, en busca de ayuda. De ayuda....¿para qué? ¿para quién? Comenzaba de nuevo a llover... o tal vez era el cielo que rompía a llorar.

Adel

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