miércoles, 13 de julio de 2011
Volando sin alas
Me gustan los espacios abiertos, silenciosos, sobre todo en esos instantes anteriores al amanecer; cuando la noche aprieta los dientes y hace un último esfuerzo por parir un nuevo día. Y se va abriendo paso la luz en un parto, a veces doloroso, pero siempre lleno de vida.
Me gusta caminar por las calles aún desiertas, oir el ruido de mis pasos apaciguados, intentando no despertar a las estrellas que van cayendo dormidas hacia la noche que no es mi noche. Y me gusta, sobre todo, llegar hasta el mar a la misma hora en que suena el despertador en los árboles con su algarabía de trinos llamando al sol.
Las olas aún están en un delicioso duermevela, acunándose unas a otras, remoloneando en un último intento de permanecer en esa serena quietud.
Amanecer....y volar. Aunque las alas se vuelvan negras. Y pesen como plomo, impidiendo ver el cielo, impidiendo elevar el espíritu y salir en desbandada con la multitud de aves que saludan al nuevo día.
Pero....siempre amanece. Siempre hay alguien que te presta unas alas blancas para remontar. Para seguir a los pajarillos o a las gaviotas y planear sobre el azul...sobre el azul del mar. Y dibujar una sonrisa en el paisaje. Y decir: GRACIAS.
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Siempre hay que levantar el vuelo.
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