sábado, 6 de agosto de 2011

La niña y la montaña





Recogió los suspiros que en la noche se le habían caído del alma,
añadió a su equipaje un par de miradas al vacío y se perdió
en un amanecer aún lejano, mezclándose en la absoluta nada.
Caminó hacia el este, allá por donde el Sol es recibido
por la Aurora con una alfombra blanca para que ponga sus pies
en suelo virgen, para que cada día nazca puro y sin mancha.

Fue dejando caer gotas de amor a su paso, lo mismo que hace
el rocío en la mañana al besar las flores y los campos.
Esa era la forma en que su amor besaba. Dejando huellas
que formaban primaveras de colores, haciendo
que brotaran guirnaldas de amor con sus palabras.

Pero hoy, su alma ya se despertó cansada, sin ganas de seguir
sintiendo nada. Quiso alejarse de la noche y sus vigilias, buscar
otro horizonte arriba en las montañas, quedarse a solas,
con todo bajo sus pies...pero sin nada.
Se sentó junto a un árbol solitario que había nacido sin saber
de dónde ni de quien... lo mismo que ella. En su rugoso tronco
recostó su espalda; se dejó llevar a otro Universo, donde nada
duele, donde no importan los desdenes, donde no hay lágrimas.

Abajo, en la pradera, quedó desperdigada la esperanza; rota,
sin posible futuro, envuelta en una espesa niebla, escondida
sin que nadie pudiera ya alcanzarla ni dañarla.
Desde la cumbre se divisaba el Mar. Hasta allí llegaba su influjo
y su llamada, pero...cerró sus oídos a esas voces y con el tiempo
se fue deshaciendo de sí misma, hundiendo su alma en la montaña,
alimentando al árbol solitario que tanta soledad le arrebataba.

Dicen que alguien subió un día hasta la cima. El árbol solitario
daba sombra a una pequeña flor que a su firme tronco se aferraba.
A su lado, una estrella de mar, diminuta también como la flor que,
algunas noches brillaba con un intenso fulgor de plata.

Y nada más. Sólo la Noche en calma, el Mar, la flor, la estrella diminuta
y el Sol...conocían y guardaban el secreto de la niña y la montaña.

Adel

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